miércoles, 2 de enero de 2013

Con los tenis por delante

Recientemente murió un tío mío, hermano de mi madre. A todos en la familia nos pesó bastante. Era joven y podría decirse que murió en un punto álgido de su vida. Se celebró una lúgubre (es decir, más de lo normal) misa en su memoria, con la familia y amigos lamentando la gran pérdida. Fue muy incómodo.

Y es que, ¿cuál es el propósito real de los funerales, aniversarios luctuosos y ocasiones similares? Visto objetivamente, no son más que eventos sociales para hacer públicos los lamentos propios. Al muertito no puede ya interesarle si su familia y amigos se juntan o no a lamentarse. En lo personal, los encuentro de mal gusto y trato de evitarlos a toda costa. Cuando recuerdo a algún ser querido que ya no está vivo, invariablemente pienso en los buenos momentos compartidos, y en lo que su vida aportó a la mía; y por más que le busco, no encuentro nada triste en ello.

Es perfectamente natural entristecerse cuando perdemos a alguien cercano. Después de todo, jamás lo volveremos a ver. Pero de eso a organizar todo un evento social para que nos vean llorar, hay mucha diferencia. La pena que sentimos no es por el difunto, sino por nosotros mismos. Analicémosla un poco.

Según la mayoría de las creencias religiosas, cuando una persona muere, se va a un lugar mejor o peor que éste en el que vivimos, según haya sido su comportamiento en vida: Si fue bueno, irá a una especie de paraíso, o reencarnará en un ser más afortunado; y si no lo fue, se irá al infierno (o similar), o reencarnará en un ser menos afortunado. Si no fue una buena persona, no tiene mucho sentido llorar su pérdida; sería hipócrita.

Que se rostice en el infierno, o que coma mucha caca en su vida de mosca panteonera, por culero.
Por tanto, cuando lloramos la muerte de alguien, podemos asumir que se trataba de una buena persona. Así las cosas, podemos estar seguros de que el difunto está mejor que antes, ya sea en una especie de paraíso o viviendo la vida de un ser más afortunado; por tanto, tampoco tiene mucho sentido llorar su pérdida; sería egoísta.

Alá, ¿por qué me lo quitaste y te lo llevaste al paraíso para follar con setenta y dos vírgenes? ¡Nooo!
En lo personal, no creo en fantasmas, almas, espíritus chocarreros, infiernos, paraísos, vidas pasadas, chupacabras ni renos que vuelan; pero aún así, pienso que las personas que mueren pasan a estar mejor: Su materia y energía se dispersan, siguen formando parte del Universo, pero ya no como parte de un ser "consciente", egoísta y que en realidad no le hace mucho bien al planeta ni a la humanidad.

Tiraba mucha basura, sí, pero al menos iba a misa todos los domingos.
El punto aquí es que el muertito está mejor que cuando estaba vivo. ¿Por qué nos lamentamos, entonces? ¿Por qué no mejor celebrar su vida, sus logros, sus aportaciones a nuestras propias vidas?

El ser humano está tan obsesionado con la muerte, que incluso no deja de inventarse fechas en las que, ahora sí, el mundo se va a terminar y todos moriremos. Gran parte del mal que las religiones causan al mundo es vender la idea de que es posible tener una vida mejor después de morir. Eso hace que la gente sea resignada, pasiva y conformista, además de condicionarlos para actuar en función de ser recompensados individualmente y en otra vida, en lugar de buscar el bien común en ésta. Es una psicosis colectiva de proporciones épicas.

Me parece increíble que la gente no pueda hacerse a la idea de que a todos nos va a llegar la muerte tarde o temprano. Vaya, morirse es más natural que casarse. Si me preguntan mi opinión, quien tiene miedo a morir, es porque no ha hecho gran cosa con su vida.

En el caso de mi tío, siempre tendré gratos recuerdos de sus gustos musicales, que me influyeron de manera definitiva en un aspecto que ahora es tan importante en mi vida. Por él conocí a Genesis, Pink Floyd, Styx y a otras bandas. Él fue durante muchos años mi modelo a seguir: Buen padre y profesionista exitoso. No creo que llorar su muerte valga más la pena que celebrar su vida.

Por eso, cuando yo muera, nada de funerales, misas ni caras largas. Mejor que hagan una fiesta. Que mis seres queridos se junten a recordar sus anécdotas conmigo, a contar mis chistes malos y a escuchar mi música favorita. Digo, si mi muerte va a ser motivo de un evento social, lo último que quiero es que sea un evento triste, o que vaya gente a la que ni le importo y que sólo va por compromiso a decir "siento mucho tu pérdida". Con suerte, celebrarán que obtuve grandes logros; si no, por lo menos podrán festejar que toda la vida fui muy preguntón, y que nunca superé la edad del "Mamá, ¿por qué esto?". No es gran cosa, pero es lo que me haría morir tranquilo. Incluso hoy.