miércoles, 18 de enero de 2012

Teoría de la Pendejez Universal Permanente

No hace falta ser un genio para darse cuenta la cantidad de estupideces que está cometiendo la humanidad en este preciso momento; tan sólo hay que ponerse a ver las noticias. Si uno va un poco más allá, se da cuenta de que esas pendejadas que salimos haciendo en las noticias son tan sólo una pequeña fracción del total, y aún así, esa fracción es suficiente para perder la fe en la humanidad unas catorce veces por día. Estamos tan imbéciles, que no sólo nos estamos matando entre nosotros por nimiedades, sino que estamos acabando con el planeta que es nuestro hogar. Peor aún, a nadie parece importarle.

Total, el mundo se acaba en once meses.
Eso de hacer estupideces no es algo nuevo. Basta con leer un poco de historia para darse cuenta de que, en realidad, la historia de la civilización es una serie ininterrumpida de pendejadas, las cuales no mencionaré por puro amor a la especie (y porque no me alcanzan once meses para mencionarlas todas).

El decir que la demás gente está tarada es parte de nuestra rutina diaria. Los gobernantes, los vecinos, el jefe del trabajo, los que van manejando alrededor nuestro, todos están pendejos. Excepto uno mismo, claro está. George Carlin resume esta postura de manera contundente.

¿Se han dado cuenta?
Todo el que vaya manejando más rápido que uno es un maniático,
 y todo el que vaya más lento es un idiota.
"Soy una persona valiosa. Al fin y al cabo, mi vida ha distado mucho de ser fácil, pero las duras vivencias me han convertido en una persona madura, centrada, y al menos por encima de la persona promedio; y aunque he cometido muchos errores, también he aprendido de ellos, por lo que en este momento estoy en mi plenitud."

Me atrevería a decir que la gran mayoría de las personas pensamos algo así de nosotros mismos, prácticamente todo el tiempo. Solía incluirme entre ellas. Pero entonces decidí someterme a un sencillo ejercicio: Pensé en mí mismo hace cinco años.

Hace cinco años, para ser sinceros, estaba bien pendejo, aunque no era totalmente culpa mía; no había tenido muchas vivencias que me han hecho cambiar para bien, les daba demasiada importancia a cosas que no la merecían, no había leído muchas cosas que me han ayudado a comprender al mundo y a la gente, no conocía a muchas personas que me han enriquecido muchísimo en este lapso y, en general, hacía muchas cosas que ahora considero estúpidas, y que no mencionaré por puro amor propio.

También, cabe mencionar, hace cinco años pensaba que, hace diez, estaba bien pendejo, aunque no era totalmente culpa mía; no había tenido muchas vivencias que me habían hecho cambiar para bien, les daba demasiada importancia a cosas que no la merecían, no había leído muchas cosas que... bueno, todo eso. Hace diez, pensaba lo mismo de mí hace quince. Lo curioso aquí es que, invariablemente, siempre estuve convencido de que lo que pensaba en el momento actual era lo correcto, para años después, estar convencido de que era un tarado.

Así las cosas, lo más probable es que dentro de cinco años, piense que en este momento de mi vida era un pendejo. Y si continuamos la secuencia indefinidamente, resultará que estuve pendejo durante toda mi vida.

Esta conclusión, lejos de desanimarme, me motivó. Y no es que me motive aceptar que estoy pendejo, sino que volteando cada vez más hacia atrás, me doy cuenta de que he mejorado mucho con los años, y de que me falta mejorar aún mucho más en el tiempo que me queda. Creo que estaría mucho peor si en este momento pensara que siempre he estado en lo correcto y que jamás he estado pendejo. Eso deja un margen muy estrecho para poder mejorar.

En resumen, me di cuenta de que en efecto, la gente está muy pendeja; pero que, muy a mi pesar, yo soy parte de la gente. Todos estamos mal. Y si nos ponemos a ver, las pendejadas que más daño hacen se cometen de manera colectiva, así que no puedo estar muy errado.

Debo decir que, al hacer el análisis yendo cada vez más hacia atrás en el tiempo, me di cuenta de probablemente mi etapa de menor pendejez fue siendo un niño pequeño. Observaba al mundo con inocencia, absorbía una cantidad increíble de conocimiento, y el único alcohol que ingería era el de los chochitos de homeopatía, a la que mi madre siempre ha sido aficionada. Si la mitad de las historias que ella cuenta sobre mis preguntas y deducciones antes de mis cinco años son ciertas, yo era un niño genio.

Lo malo es que la medicina nunca fue lo mío.
No obstante, ello no debe de emocionarme ni enorgullecerme sobremanera. Tengo varios sobrinos de entre tres y cinco años; son todos una maravilla. Mi madre es maestra de kinder, y me cuenta un sinfín de historias sobre la inteligencia y sagacidad de los niños. Si las cosas siguieran ese mismo curso después de esa edad, todos seríamos niños prodigio. Pero algo estamos haciendo mal con los pequeños. Mi hipótesis es que, uno como padre, comete muchas pendejadas con sus hijos, lo cual forzosamente los arruina un poco. Y al entrar a la escuela, además de recibir una educación que inhibe su curiosidad y creatividad, conviven con otros niños, entrando en contacto con todas las pendejadas que cada pareja de papás comete con cada niño, con lo cual terminan por arruinarse mutua y definitivamente. Desde ahí, todo es cuesta arriba.

He decidido nombrar a este conjunto de ideas estúpidas como Teoría de la Pendejez Universal Permanente, indicando así que todos estamos pendejos en todo momento. Sus siglas son PUP, lo cual suena convenientemente parecido al inglés poop (caca). Y es que, estando pendejos o no, los humanos somos prácticamente máquinas de hacer caca, en un sentido literal. Si profundizamos un poco y vemos las pendejadas de las que nuestro intelecto es capaz, nos damos cuenta de que también somos máquinas de hacer caca en un sentido figurado.

Pero entonces, ¿cómo explica esta teoría la existencia de individuos sobresalientes? Pitágoras, Galileo, Leonardo, Newton, Asimov, Adal Ramones... hay un sinnúmero de ejemplos históricos de gente que ha sobresalido y contribuído enormemente al progreso de la humanidad. ¿Acaso ellos también estaban pendejos?

Sí. En algún momento seguramente también estuvieron echados a perder, como el resto de nosotros; la diferencia ente ellos y nosotros es que ellos supieron resolver su problema, mientras la mayoría de nosotros seguimos atorados. Sin embargo, hay que tomar en cuenta de que el primer paso para resolver todo problema, es tomar conciencia de que el problema está ahí. Ahora que sabemos que estamos pendejos, podemos trabajar para resolverlo. Si queremos pues; si no, no. Yo sí quiero. En cinco años les aviso cómo voy.

lunes, 9 de enero de 2012

La necesidad de sentir la cartera llena

¿Les ha pasado que se levantan un lunes, mucho antes de su hora acostumbrada, con la sensación de que tienen que hacer algo, pero no recuerdan qué? Casi me pasó hoy. Y digo casi, porque en realidad recordé casi inmediatamente que hoy era mi cita con dos supermodelos.

Dicen que si frotas lo suficiente a dos de ellas, puedes prender fuego.

Ya espabilado, recordé que lo que tenía era cita con el dentista, pero ignoraba a qué hora. Tomé mi cartera, donde con seguridad estaría el papel donde siempre traigo anotada la fecha y hora de la siguiente cita. Mientras buscaba, me topé con lo siguiente.

Una tarjeta de débito rota, expedida en 2008 y aún con su calcomanía de "Tarjeta Desactivada", señal de que jamás la usé, no recuerdo por qué. Voy a checar el saldo para ver si de casualidad soy millonario ya. Y si no, puedo enmarcarla como obra simbólica de mi apatía hacia el capitalismo, y nombrarla Die Apathie dem Kapital (en el idioma de Marx, por supuesto, para que suene más acá). Los hipsters la adorarían.

La tarjeta de presentación de un excompañero de la prepa que hacía años no veía. Me lo topé en la calle hace meses, y ambos hicimos lo que normalmente se hace en esos casos: Saludarnos, resumir los últimos quince años en una plática de tres minutos, y despedirnos con un "hay que hablarnos y hacer algo". Por supuesto, sin intención alguna de llamar jamás.

Dos tarjetas de cliente distinguido de Domino's Pizza. No sé por qué jamás las usé, tal vez por lo malas que son. ¿Y por qué dos? Porque seguramente al momento de tomarlas tenía hambre.

Con un poco de sal, saben mejor que la misma pizza.
Dos tarjetas de distinguidos clubes, el World Men's Club y el Gallery Girl's Club. ¿Quién no ama el uso de los apóstrofes en este tipo de nombres? ¿Y a poco no es divertido el que una diga Men's Club y la otra Girl's Club, y sin embargo ambas estén dirigidas a hombres? Y en última instacia, ¿qué hacía un soltero atractivo como yo con estas tarjetas? Seguramente me las dieron en algún semáforo y yo, siempre conciente del problema ambiental, no quise tirarlas donde fuera. La primera tenía la "foto real" de una tipa nalgona, y la segunda un logo sospechosamente parecido al del Boston Medical Group, a lo mejor porque también hacen que se te pare (aunque se vería mejor si lo escribieran "Boston's", ¿a poco no?).

Una tarjeta del Castillo Hochosterwitz, con el nombre de un esloveno que era guía en el museo del castillo, de hace año y dos meses que me mandaron a Austria por la empresa donde trabajaba. Ese castillo lo visté un día muy temprano (tanto, que yo era el único turista), así que pude quedarme platicando con este señor y con la monita de la tienda de souvenirs. Conocer a este tipo de personas que no tienen nada qué ver con uno es lo más enriquecedor cuando se viaja. Hasta me invitaron cigarros y una ginebra afrutada que sabía bastante mal, pero que no me iba a quedar sin probar.

Una tarjeta de la Tuna Universitaria de Aguascalientes. No, no la fruta. Hasta donde yo sé, no hay frutas que vayan a la universidad, salvo una que otra fresa. Estos eran como una estudiantina (no entendí la diferencia cuando nos explicó), con cuyo director nos topamos en una cantina de Jalostotitlán, cuando veníamos regresando de las fiestas de San Julián. Estaban cantando en la cantina a la que llegamos, y al ver que los parroquianos les invitaban cerveza, nos pusimos a cantar con ellos y tuvimos una borrachera gratis.

Siete recibos de ticketmaster, por compras de boletos para conciertos. Cuáles, quién sabe, pero los boletos ya están en su respectiva caja de recuerdos felices.

La tarjeta de presentación de "Los Filósofos", trío que contratamos para llevarle serenata a mi madre en su día. También otra de "Voces de mi Tierra, el mejor concepto músico vocal". Esa última borrachera no la recuerdo.

Una tarjeta de un gringo loco que conocimos en la playa michoacana "La Llorona". Es de Alaska, y cada invierno agarra su camper y atraviesa tres países manejando hasta esta playa, donde monta un campamento masivo y se queda a vivir unos meses con su esposa. El resto del tiempo trabaja como guía de aventuras en las montañas de su tierra. Yo de viejo quiero ser como él, pero sin vivir en Alaska.

La tarjeta de mi expirado seguro de gastos médicos, al cual renuncié al salirme de mi último trabajo. Ahora me encuentro a merced del IMSS. Puesto así, creo que dejaría de fumar, de no ser que, por la fecha, parecería propósito barato de año nuevo, y todos sabemos que esos jamás se cumplen. Pero ahora sí, en febrero lo dejo.

Había aún dos o tres tarjetas más, de cosas con aún menos importancia que todo lo anterior. Y eso sin mencionar las cosas útiles.

Sport Billy, mi cartera es mejor que tu jodido maletín.

¿Será que he desarrollado el hábito de traer la cartera tan llena de cosas para al menos sentir que traigo algo? Por las dudas, no tiraré todas las tarjetas; uno no sabe si algo así puede ser causa subconsciente de depresión, y tal vez necesite rellenar la cartera con cosas inútiles para volver a sentirme bien.

Y el papel con los datos de mi cita con el dentista, jamás lo encontré.