miércoles, 30 de marzo de 2011

Mejor que nos crezca un sexto dedo

Hace no mucho tiempo, dentro de un sueño, tenía yo un reloj digital de pulsera que marcaba las 7:82 PM. Sí, no es error de dedo. Eran las 7:82, y faltaban dieciocho minutos para las ocho. Es algo que ya había pensado alguna vez, lo impráctico de nuestro sistema sexagesimal para medir el tiempo. De no ser porque ya estamos acostumbrados, sería mucho más sencillo extender el sistema métrico decimal, tan conveniente por tener nosotros diez dedos, para incluir medidas de tiempo compatibles. El antiquísimo sistema que traemos arrastrando desde tiempos de Babilonia no es nada práctico, y no es tan fácil de aprender para los niños.

Un sistema con horas de cien minutos, minutos de cien segundos y días de, digamos, veinte horas (con el medio día a las 10:00 PM y la media noche a las 10:00 AM), sería mucho más conveniente. Por supuesto, ni los segundos, ni las horas ni los minutos durarían lo que ahora; pero está bien, dado que de cualquier forma son duraciones inventadas por humanos (y humanos bastante antiguos). Además, un sistema decimal de medición del tiempo haría que, por ejemplo, 9.67 horas equivaliera a 9:67, y no a 9:40:12, como sucede actualmente.


Claro que esto también se extendería a las semanas y los meses (abre la liga bajo tu propio riesgo, está todavía más de hueva que esto). Una semana de diez días, con siete hábiles y tres de descanso, mantendría más o menos la proporción actual de días de descanso: Descansaríamos durante 3/10 (30%) de la semana, a cambio de los 2/7 (28.57%) que tenemos actualmente (aunque si me preguntan a mí, lo mejor sería aumentar la cifra a cuatro, por la salud mental de la especie).

La longitud de los meses, que actualmente no es uniforme, quedaría cerrada en treinta días (o tres semanas), evitando así las fatídicas "quincenas largas", que incluyen tres desfalcadores fines de semana entre un día de paga y otro.

Los días y los años son punto y aparte: Ésos sí durarían lo mismo que ahora, dado que no son una medida arbitraria, sino que dependen de la velocidad de rotación y traslación de la Tierra, respectivamente, y no tenemos control sobre ellos.

Bitch, please.

El año de 365.25 días representa un problema, por cierto. Pero trescientos sesenta días se pueden repartir perfectamente en doce meses de treinta días cada uno (o, lo que es lo mismo, doce meses de tres semanas de diez días de veinte horas, metiendo ya el sistema completo). También podrían ser nueve meses de cuatro semanas. En cualquier caso, nos quedamos con cinco (o seis, para años bisiestos) días sobrantes. ¿Qué hacer con ellos?

Históricamente se han registrado varias reformas a calendarios que se topan con este problema; y en muchos de los casos, se ha optado por la solución más sencilla: Dejar estos días fuera de cualquier mes, y dedicarlos a la celebración de cualquier cosa que se les ocurriera. Una costumbre tan sana no debería ser dejada de lado. Motivos nos sobran: Prácticamente todos los días del año son "día internacional" de algo, estoy seguro de que podemos inventarnos alguna celebración digna de varios días.

Por ejemplo.

Retomando el tema de las quincenas, todo sería felicidad para los godínez: Como ya los meses tendrían un número fijo de días, evitaríamos esas cuatro quincenas de terror que viven al año, causadas por los meses largos, cuando una quincena incluye tres fines de semana (actualmente el año tiene 26 pares de semanas, pero sólo 24 quincenas).

Volviendo al sueño, eran las 7:82 de la noche, yo caminaba por la calle. Levanté la mirada, y me topé con un reloj de manecillas, el cual marcaba dieciocho para las ocho... pero era un reloj sexagesimal que marcaba las 7:42. Mi cerebro protestó. No sé desde cuándo protesta por estar soñando marihuanadas.

Desperté, recordé que tengo años con internet y nunca había investigado ni poquito sobre esto, y resulta que los franceses ya intentaron crear algo casi idéntico al sistema que estoy describiendo (sólo que con días de diez horas, no de veinte) en más de una ocasión, sin éxito. Aún así, existen todavía calendarios decimales vigentes utilizados por ciertas instituciones africanas y asiáticas. Pero el mundo occidental ya está construido sobre el viejo sistema: Celebraciones religiosas, nacionalistas e incluso triviales, que la gente da por sentadas y ni siquiera cuestiona. Buena suerte queriendo cambiar algo.

Creo que hasta sería más fácil que la siguiente mutación humana viniera en forma de un dedo más en cada mano, y entonces empezaríamos a contar en base duodecimal, y así tendría mucho más sentido la manera actual de medir el tiempo. Ya lo dijo Einstein: Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Culpemos a los Mongoles

Esta semana tuvimos "puente", que es la manera en que la gente llama ahora a los fines de semana largos. Porque han de saber, que los verdaderos puentes eran aquéllos que nos daban en las primarias de gobierno, cuando un día feriado caía en martes o en jueves y nos daban libre el lunes o viernes correspondiente, para un total de cuatro días libres. Ésos sí eran puentes, carajo. Lástima que por ese entonces no conocía las bondades del alcohol.

Ahora, en cambio, los días libres no me alcanzan,
por lo que me veo obligado a beber en la oficina.


Hace rato, escuchando una plática ajena, oí decir algo como "ojalá todas las semanas fueran como ésta". Lo cual me llevó a formularme: ¿Por qué no? ¿Qué clase de sistema tiránico y explotador nos obliga a laborar cinco días y a descansar sólo dos, si bien nos va? ¿Por qué no es al revés, o mínimo cuatro y tres, como en esta semana?

La realidad es que no lo sé, pero creo tener una idea para comenzar a formular una hipótesis. De entrada, la semana de siete días tuvo su origen en la antigua Mesopotamia, una de las cunas de la civilización.

Los antiguos babilonios (no me gusta generalizar, pero por "babilonios" me referiré a sumerios, acadios y demás habitantes de esa zona), poseedores de tanto tiempo libre que podían pasar ya no días, sino años enteros observando las estrellas, distinguieron en el cielo siete objetos especialmente luminosos y con una trayectoria independiente a la del resto de las estrellas (Sol, Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno).

Y como desde entonces la gente está medio tonta y le atribuye un origen divino a todo aquéllo que no se puede explicar, decidieron que tales objetos eran dioses. Como objetos divinos, había que rendirles homenaje, así que nombraron los días con esos siete nombres, y entonces inventaron la semana de siete días. Convenientemente, cuatro semanas de siete días equivalían casi exactamente a un ciclo lunar, el cual es la base del calendario originario de esa región; o sea que ni mandado a hacer. Así que si alguna vez se preguntaron por qué Urano y Neptuno son discriminados y no tienen su propio día de la semana, la respuesta es: Porque los antiguos babilonios no tenían telescopios.

Ni papel. Ni Discovery Channel.

En uno los vaivenes de la historia, los babilonios llegaron a conquistar a los judíos primitivos, antes de que éstos inventaran el infierno, los ángeles y la mayoría de sus cuentos, incluso el del Dios único. El Templo judío fue destruido, y sus líderes llevados al exilio en Babilonia. Pero décadas después, los persas tomaron Babilonia y liberaron a los judíos, que para entonces ya estaban empapados de la rica cultura babilonia, y regresaron a su tierra con un montón de novedades plagiadas de la misma, como la historia de la creación, la del diluvio, y la semana de siete días.

Con el tiempo, desarrollaron la idea de un único dios, por lo que la semana de siete días dedicada a siete dioses se convirtió en una semana de siete días con un día dedicado a Dios y a no hacer absolutamente nada, el famoso Sabbat. Y como los seis días restantes se quedaron sin dioses, tuvieron que dedicarlos a trabajar (los judíos inventaron, entre otras cosas, la intolerancia religiosa, el trabajo, y el salario mínimo. Por eso nadie los quiere).

Entre muchas otras cosas, los judíos predican la venida de un Mesías que les traerá felicidad, libertad y mucho dinero. Pero como nadie sabe ni cómo, ni cuándo vendrá, básicamente cualquiera puede proclamarse Mesías, lo cual ha sucedido en incontables ocasiones a lo largo de la historia.

Hubo una en especial, que se dio justamente cuando los judíos estaban muy necesitados. Los paganos imperialistas de los romanos dominaban firmemente la Tierra Prometida, por lo que los superpoderes de un Mesías se necesitaban con urgencia. Y bueno, todos conocemos la historia de Jesús: Unos lo aceptaron como Mesías, otros no, otros decidieron empezar a contar los años a partir de su nacimiento, y a fin de cuentas nadie entendió su mensaje.

Al menos hasta 1960 años después.

El punto es que se inventó otra nueva religión de judíos que se pelearon con los otros judíos, pero a quienes les faltaba imaginación: Tomaron sus escrituras sagradas, y les agregaron otras más para que parecieran originales; tomaron a su Dios, pero lo dividieron en tres pedazos, para despistar; tomaron su día dedicado a Dios, pero lo cambiaron del sábado al domingo, para que no fuera el mismo (yo opino que, ya que habían partido a Dios en tres, mejor le hubieran dedicado tres días; eso habría sido original, carajo).

Seis siglos después, hubo otros monos llamados musulmanes que se inventaron otra religión, basada en las dos anteriores (sólo que éstos sí escribieron su propio libro desde ceros). Pero además de orginales, resultaron agresivos, y expulsaron a judíos y cristianos de Canaán, a punta de cimitarra. Para entonces, los cristianos como sea ya tenían a Europa dominada (y hundida en el oscurantismo), pero los judíos no tenían más tierras, y tuvieron que exiliarse en los dominios cristianos, que los trataban mal pero al menos los dejaban vivos (casi siempre), arreglándoselas como podían; muchos encontraron la manera de sobrevivir convirtiéndose en comerciantes o banqueros, tradición que continúa hasta hoy.

Me imagino que, como dueños de negocios, tuvieron que contratar empleados. Por pura estadística podemos deducir que estos empleados eran, en su mayoría, cristianos. Los judíos no abrían sus negocios los sábados, para guardar el Sabbat, mientras que los cristianos se rehusaban a trabajar los domingos, por ser el día dedicado a escuchar misa y a rascarse las bolas. Los cinco días restantes no había excusas, había que trabajar. Es sólo especulación, pero es la mejor explicación que puedo deducir para la tiránica y mal proporcionada semana inglesa.

¿Pero qué sucedió con los musulmanes? Ellos tampoco quisieron tener el mismo día sagrado que las otras dos religiones. Así es: Eligieron el viernes. El problema es que a ellos ya nadie los sacó del Medio Oriente, ni siquiera las temibles hordas mongolas del siglo XIII, por lo que no tuvieron que refugiarse e integrarse en la sociedad judeo-cristiana, ni hacer respetar su propio día sagrado. Todo lo contrario, pues judíos y musulmanes siguen peleándose hasta hoy.

¿Que habría pasado si los mongoles hubieran aplastado a los musulmanes, tal como ya habían hecho con los chinos, persas, rusos y muchos más? Sólo Alá lo sabe, pero podemos soñar con que eventualmente habrían destruido el mundo islámico, para que se repitiera la historia de los judíos, y entonces tendríamos tres días de descanso en una sociedad judeo-cristiana-musulmana integrada en Europa, mientras que los mongoles habrían fundado una nueva religión basada en todas las anteriores y con el jueves como día sagrado.

Pero ya es demasiado tarde. En nuestro mundo globalizado, la semana de siete días, con uno o dos días de descanso, ya viene implícita en las costumbres de prácticamente cualquier sociedad. Es algo que ni se cuestiona, porque la gente jamás se cuestiona nada: Los cristianos no cuestionan lo que les dicen sobre Jesús, los musulmanes no cuestionan lo que les dicen sobre Alá, los judíos no cuestionan ni siquiera por qué no deben pronunciar el nombre de su dios, y ninguno de ellos cuestiona la semana que viene de una herencia tan antigua como la civilización misma.